domingo, 10 de noviembre de 2013

Salutación a "La Fuente" de Duchamp



Oh, campana de níveos ecos,
útero cóncavo del primer caudal
de Danae fecundada,
en diluvio de gotas aúreas,
que bailan seminal danza con la loza.
Orto y ocaso del día
contado en evacuaciones,
vindicación del ovoide y la pirámide,
del brillo sagrado de los pedestales,
oda  a las deyecciones de Dalí.
Canasta y nido y cuna.
Sueño y mentira de Duchamp,
el genio embaucador
que vive en el desagüe
de su lámpara ready-made.

sábado, 9 de noviembre de 2013

El hombre de hielo

Sintió un extraño escalofrió apenas la matrona lo dejó en sus brazos. Entonces lo contempló por primera vez no sin cierta vacilación.  Aún tenía los ojos cerrados e hinchados, constreñidos por el trauma del alumbramiento, y estaba helado como un carámbano, tanto que creyó que lo había parido muerto. Puede que en eso se parezca a su padre, pensó distraída para espantarse esa idea de la cabeza. Al fin y al cabo es sangre de su sangre, ADN de su ADN. Pero aún no lloraba. Siempre había creído que eso era lo primero de todo: el llanto iniciático. Nuestro salvoconducto en este valle de lágrimas.
Aunque ciertamente mirándolo bien sí se le parecía. Al menos a las fotos que ella había visto del padre cuando leyó aquella increíble noticia en los periódicos de Viena. Sí, tenía que reconocerlo: aquel guiñapo arrugado, cerúleo y sanguinolento que aún no se movía era el vivo retrato de su progenitor. Qué maravilloso milagro el de la genética que se impone al tiempo y a las convenciones, siguió pensando rodeada de las miradas ávidas y expectantes de toda aquella corte de figuras embatadas que parecían estar leyéndole los pensamientos: ¿sabrá usar su índice igual para moverse por la pantalla del Ipad que para marcar de sangre la pared de una cueva? Esa fue la extravagante pregunta que se le vino a la cabeza, la primera que materializó de las muchas que se afanó en evitar para no ceder en la inamovible determinación que tomó cuando conoció la historia de aquel hombre. Porque tal vez fue eso, que se prendó más de su historia que del hombre en sí. Eso pasa, sucede a menudo en todos los lugares ¿qué tenía lo suyo entonces de particular? Puede que en el fondo la cuestión sea mucho más simple, concluyó, y resulte aún difícil, a estas alturas, ser madre soltera en Austria…
 Fue entonces cuando abrió los ojos. Había oído decir que los recién nacidos aún no veían del todo bien, por eso le sorprendió la obstinada fijeza con que la miró. Había un brillo de rencor animal y un poso de censura en aquella mirada, como si le estuviera reprochando haberlo despertado de una hibernación de siglos.
 Volvió a sentir otro escalofrío, está vez más intenso, más nítido, como de miedo atávico, cuando comprendió que su hijo, que le seguía sosteniendo la mirada desafiante, no iba a llorar. Ni entonces ni nunca.

jueves, 7 de noviembre de 2013

Busto de Borges

Viejo dandi desvalido,
Quijano de cejas como alas,
máscara ciega de Teseo,
desdichado a su pesar,
Borges escapa  al fin del laberinto
y blande un lema como victoria:
“es un deber la felicidad”.
Pero ya es tarde en su rostro para la pedagogía,
la vida entera le pesa en las ojeras
y su expresión bobalicona de niño anciano
desmiente el ímpetu y el deseo.
Ni siquiera a su lado, Ariadna postiza,
la niña Kodama plateada,
puede apuntalar el mensaje.
Borges no predica con el ejemplo,
él lo sabe,
sólo quiere que miremos su retrato,
el busto inmortal que presidirá
para siempre su biblioteca.

miércoles, 6 de noviembre de 2013

La joven de la perla

Hay vocación de abismo en el negro del fondo (o del lejos, que diría Romero de Torres). Como si la joven de la perla fuera un pez abisal ella misma desprende luz para sobrevivir, para mantenerse en el intacto instante en el que Vermeer nos la desvela (¡un, dos, tres, pollito inglés…!).
Quizás por eso boquea como un pez moribundo que se resiste a perder su consistencia escurridiza, porque no quiere perecer en la oscuridad seca de los siglos y la nada. Así insiste en transmitir sus fulgores de luz como destellos de socorro: el charol de sus ojos, el barniz de la saliva que enciende sus labios ansiosos, el espejeante tremolar de la perla.
Y el azul firmamento de su turbante como contrapunto al vacío. Todas las estrellas contenidas en su frente tensa. En sus sueños.

martes, 5 de noviembre de 2013

Donde habita el olvido

Hay ocasiones en las que me dejo llevar por el sensacionalismo y la sensiblería. Sí, en momentos de debilidad me da por picar en el doodle de turno de Google y contener las lágrimas de la emoción asistiendo a un más o menos ingenioso y animado homenaje visual para celebrar el aniversario del nacimiento o la muerte (siempre me he preguntado por qué nos obstinamos en celebrar unos días tan azarosos en la vida de cualquiera) de algún inventor polaco o una pintora suiza. Lo reconozco, soy un sentimental. 
Por eso anoche, en cuanto dieron las doce y Twitter me dio el segundo aviso (el primero ya me lo había dado el ABC mientras lo ojeaba desayunando: por eso del ser el periódico más sevillano (y monárquico) se adelantó un día en glosar al poeta más sevillano (y republicano)) me fui presto a mi humilde biblioteca para rescatar del polvo de sus anaqueles el ejemplar que guardo de “Ocnos”, una de las obras fundamentales de Luis Cernuda, el poeta del que hoy todo el mundo celebra(¿?) el 50 aniversario de su muerte. Todo el mundo menos Google, claro. Así que ese iba a ser mi particular doodle, releerme “Ocnos” con nocturnidad y alevosía dejándome llevar por el sensacionalismo y la sensiblería. Elegí los Nocturnos de Chopin como banda sonora y allá que me fui…
Pronto me dejé atrapar por las metáforas y las imágenes luminosas del libro que Cernuda dedicó al paraíso de su infancia y a la ciudad donde la vivió. A Sevilla, que está pero sin nombrarla, depositaria de un amor imposible y nunca correspondido de tiras y aflojas, su poeta más universal le dedicó en estas páginas la descripción lírica más perfecta que jamás se hizo de una amada que se ha perdido y que se sabe con certeza que no va a volver a recuperarse nunca. Me voy a ahorrar la crítica sesuda (porque no soy crítico literario y porque hoy no faltarán al gusto  del consumidor en publicaciones de toda índole) pero no la recomendación: si alguien aún no lo ha leído, debería hacerlo. A Cernuda entero. Lo bueno que tienen estas efemérides es que vuelven a rescatarnos de vez en cuando discursos que tal vez estaban demasiado apagados o alejados del establishment cultural del momento, más cerca siempre del mercado y de las modas pasajeras y fútiles por tanto. Que Cernuda haya sido hoy Trending Topic tiene su mérito.
Lo que tampoco quiero ahorrarme (arribo ahora al inefable centro de mi relato, que diría Borges) es la relación de las sensaciones, que a modo de sinergias, me embargaron tras la experiencia de su relectura. Fue ya en el lecho, intentando conciliar el sueño, después de haber abandonado el exilio umbrío y mórbido de las alegorías del poeta. Tuve por fuerza que trasponer en la duermevela la fuerza hipnótica del relato prestado con el recuerdo particular de mis vivencias. Y fue extrañamente el olfato el sentido percutor para hacerlas tangibles, para materializarlas. Juro por Cernuda que mi almohada olió a geranios, a la tierra mojada del Jardín, a las bolitas del árbol del Paraíso, a cal húmeda, a estiércol, a pienso, a limo verde, a naranja dulce, a alhucema quemada, a pajaritos fritos, a leche tibia, a entrañas de animal… Lo olí todo con una extraordinaria cualidad cristalina en un aleph olfativo que venía del pasado de mis pituitarias. Tanto que esa explosión sensorial me desveló.

Quizás sea esa la verdadera labor del poeta y la de la poesía, pienso ahora. Desvelarnos, ofrecernos versos y símbolos como asideros para no caer rendidos al sueño del tiempo: allá donde habita el olvido.

Destino la nada...

Crear un blog a estas alturas, qué pirueta de originalidad. Y sin saber muy bien qué decir o queriéndolo decir todo, que es más o menos lo mismo. Añadir nada a la nada. Volcar más palabras en este abismo, en este caos. Pero sintiendo la necesidad imperiosa de escribir por escribir, de volver a sembrar borrones de tinta por los papeles (si vale el símil desfasado). Como quien habla por hablar en las ondas de la madrugada, sin saber con seguridad si habrá un receptor al otro lado, valiéndose de la excusa del micrófono para que sus reflexiones tengan sentido, aunque sólo sea para ser expuestas en voz alta. O como quien no se cansa de mandar mensajes encriptados al espacio exterior con la vana esperanza de que algún día sean recibidos por quien sepa descifrarlos. Un asidero la pantalla y la interfaz y el enlace. El envoltorio colorido que envuelve el aire de la piñata.
Hace unos años intenté hacer algo parecido con las imágenes. Me dio por publicar un dibujo al día por las redes sociales. Entonces hacía falta expulsar algunos demonios y aquella experiencia resultó ser el exorcismo perfecto. Los amigos ayudaron con sus comentarios y le dieron vida. Fue la primera vez que sentí realmente el valor balsámico de la creación. Y dio hasta para una exposición cuando dejé  el tratamiento. Coda y posología. Hubo después quien me invitó a seguir, pero yo ya no lo necesitaba. Puede que ahora sí necesite escribir y dejar constancia de algunas ideas, reflexiones o guiños que me van saliendo al paso al cabo del día y se materializan cuando veo una imagen, escucho una canción o leo unas líneas. Quizás lo que yo pueda contar no interese a nadie, es lo más probable. O quizás alguien que lo reciba alguna vez sepa descifrarlo. Quién sabe.